Nuestro Padre Jesús Cautivo
La iconografía que ofrece la imagen de Nuestro Padre Jesús Cautivo hace referencia al Evangelio de San Mateo, en el que se expresa el abandono que Jesús sufre por parte de sus discípulos tras haber sido delatado por Judas y apresado en Getsemaní, y no a la tradicional advocación trinitaria de Jesús Cautivo y Rescatado.
La talla fue realizada por José Paz Vélez entre los meses de julio de 1956 y febrero de 1957, en madera de pino. Desde el principio el autor buscó el máximo naturalismo y verismo posibles, para lo que la realizó de cuerpo entero, y no de candelero, aunque no profundizó en los detalles anatómicos, sino que se limitó a trabajar el volumen.
La imagen es de tamaño natural, en concreto de 183 cms. de altura, y ha sufrido tan sólo una intervención posterior a su realización, de manos del propio autor José Paz Vélez, consistente en la realización de un nuevo cuerpo, en madera de cedro, y esta vez totalmente anatomizado, únicamente cubierto por un pequeño sudario, y con minuciosos detalles en el torso y las piernas, tanto en el modelado como en la policromía de los mismos. La restauración de la imagen se realizó en las propias dependencias de nuestra Casa Hermandad entre diciembre de 1985 y febrero de 1986.
Se trata de una bellísima talla, que mantiene la esencia de la escuela sevillana y en la que percibimos el estilo del autor, en el que predominan el modelado, la calidez de la carnación y policromía y la valiente expresividad: la cautividad se hace patente en el ramillete de finos dedos que se ofrecen atados al fiel, y el abandono en el soberbio rostro de la imagen. El dolor del abandono de los más próximos se refleja en una mirada intensa, dulce y baja, en una cabeza levemente inclinada a la derecha y en una boca suavemente entreabierta, que parece querer hablarnos y pedirnos ayuda. Es un rostro de resignación, no de rechazo, sino de aceptación y compromiso. Estos rasgos son más destacados si observamos que todo en él es dulzura: la cara, las articulaciones de manos y pies, la policromía, e incluso la ondulada melena y la afilada barba.
El cabello está perfectamente tallado, sobre todo en los laterales y la parte delantera, con pequeños mechones que caen por su frente, así como en el perfil, con un tirabuzón más destacado a la derecha y un pequeño mechón a la izquierda que deja entrever casi completamente dicha oreja. La afilada nariz se prolonga hasta el bigote partido y la también partida, aunque puntiaguda barba, herencia clara de la barba bífida tan empleada por el maestro Juan de Mesa. El entrecejo se muestra levemente fruncido y las finas cejas enmarcan unos ojos abiertos y expresivos, policromados y no como en las dolorosas, que suelen ser de cristal.
El cuerpo, aunque de pie y erguido, no se ofrece desafiante, sino más bien abatido, entregado y ligeramente inclinado hacia delante, unido ello a la posición de avanzar, caminando con el pie izquierdo y por tanto con la misma rodilla flexionada. A esta actitud humilde y humana se une el hecho de presentar el excepcional fenómeno de la hematidrosis, término médico con el que se define al sudor de sangre, y que tan sólo refleja San Lucas en su evangelio. Se trata de una reacción insólita causada por una situación emocional extrema en la que se mezclan sensaciones de angustia, temor y sufrimiento.